mi primera gira al exterior

Entre las experiencias más emocionantes y llenas de anécdotas interesantes que he tenido como titiritero figuran las giras, esos viajes llenos de sorpresas. Nunca pensé que ese sueño de la niñez, por llegar a ciudades desconocidas y recorrerlas palmo a palmo con las ansias propias de un conquistador de nuevas tierras o la intrépida intención de un navegante en busca de nuevos mundos, lo lograría con mi oficio de titiritero. Fueron mis títeres mi pasaporte para mis viajes por Latinoamérica. El primer viaje me llevó hasta la Patagonia Argentina. Una verdadera travesía de miles de Km. Que se inició en Trujillo (Tranquila ciudad colonial ubicada en la costa del Perú, donde nació El Botón en los años 90s.) y recorrió el Sur de Perú, el Norte de Chile, el Norte de Argentina, hasta llegar a Caleta Olivia, próspera ciudad ubicada frente a l Atlántico en la Patagonia Argentina. Caleta Olivia fue la ciudad anfitriona del I Festival Internacional de Teatro de Títeres, que organizaran Sergio Ferreira y María Angélica Paredes (Grandes amigos, y compañeros de experiencias memorables) de Títeres Los Cuatro Vientos, en el que participé representando a mi país. Por entonces estaba aprendiendo el oficio de ser titiritero. Habían pasado apenas cinco años de desempeño artístico. Habían pasado cinco años desde aquella primera vez en que decidí tomar unos muñecos e invitar a unos niños al patio de la casa de una tía y emprender la aventura de mostrar aquel juego de niños convertido en poesía escrita con muñecos. El festival en Caleta Olivia fue un gran encuentro. Pude descubrir con asombro el Arte de los títeres hecho por grandes maestros. Casi todos los titiriteros de ese festival eran hijos del gran Javier Villafañe. Aquél que no fuera hijo, era hermano, sobrino, o tenía algún parentesco. Todos se veían como hechos a imagen y semejanza del Padre. Todos conocían historias del Padre y el que no supiera una se la inventaba. Unos estuvieron con él en los momentos más gratos de su vida, otros antes de su deceso; unos le conocían anécdotas curiosas e increíbles; otros, incrédulos, hablaban de los cuentos que el viejo se inventó para convertirse en leyenda. Entre todas las cosas, lo que unía a esa cofradía era el respeto, la admiración y el amor que le profesaban a ese gran maestro que fue Javier Villafañe. Fue en Caleta Olivia donde conocí a Héctor Di mauro y al Kike Sánchez Vera (Sólo por mencionar a dos grandes artistas argentinos reunidos en ese festival); el primero, maestro en el guiñol y el segundo excepcional marionetista. Ambos, incansables maestros, promotores de novedosos proyectos con jóvenes artistas. Sorprendentes hombres que no obstante sus años, emprenden proyectos con la audacia, osadía, e ilusión propias de jóvenes soñadores que empiezan en el oficio. Después de Caleta Olivia vendrían otras ciudades. A Córdoba fui al encuentro de otro Di Mauro, el Quique (Hijo de Héctor), organizador de los Festivales de Titiriteros Juglares. Participé en la VI versión de ese festival. Luego fui a Buenos Aires en busca de la legendaria Calle de los Títeres, lugar en que gracias a la lucha y audacia de los titiriteros y demás artistas bonaerenses lograron un espacio permanente para los títeres en la calle Caseros ubicada en el centro de la ciudad. Recuerdo como si hubiera sido ayer la presentación que hice en la Calle de los Títeres. Un público precioso integrado por familias enteras que acudían los domingos para ver a compañías nacionales o titiriteros itinerantes que estuvieran de paso. En aquella oportunidad presenté mi espectáculo solista “La flor de Ricardo”, con el que un año antes había estado en una temporada larga en Lima. La presentación en la Calle de los títeres transcurrió de principio a fin sin novedad. Recuerdo mi nerviosismo al estar frente a un público habituado a ver mucho espectáculo de títeres. No recuerdo si por entonces algún acontecimiento histórico entre nuestros países pudiera haber sido la causa de la empatía creada entre el menudo (Petiso, dirían los argentinos) titiritero y ese respetable, respetable público que aquella tarde tuvo tanta generosidad con el autor de este relato. Lo que si recuerdo son los aplausos interminables, gratificantes, quizá inmerecidamente. ¿Era quizá el premio a un titiritero itinerante que recorrió, miles de Kms. por tierra, para estar ahí? ¿O eran aplausos para el hermano peruano que humildemente llevaba una obra “prolija” (a decir de ellos), sin efectismos y donde no todo se resolvía con golpes ni violencia, como ocurría con muchos espectáculos del momento? ¿O quizá era una respuesta de los argentinos reunidos allí que recordaron la actitud generosa y solidaria de mi país durante el conflicto en Las Malvinas? Estas interrogantes las llevo conmigo al igual que los aplausos brindados por ese emocionado público. Estando en Buenos Aires, no quise volver a mi país sin conocer Montevideo. Me hice invitar por unos colegas de la A.T.U., Asociación de Titiriteros de Uruguay, con sede en Montevideo y llegué hasta allá y tuve un encuentro muy cordial con colegas de ese país hermano. Una plaza nos albergó a mis títeres y a mí. Un espectáculo al aire libre en la Plaza Rodó. Otra vez un público gentil, muy querido. En Montevideo no pude ver mucho espectáculo pero recibí un regalo precioso. Pude ver al Grupo Teatral El Galpón en su propia sala, grupo cuyos integrantes salieron exiliados en los 70s por la dictadura uruguaya de entonces. En Montevideo terminó la travesía del 96. La primera aventura titiritesca de El Botón lejos de la casa. Era la primera vez que salía de casa para un viaje tan largo. Era la primera vez que pude ver a Sudamérica como mi casa grande. Un día en una ciudad y a la mañana siguiente en otra de otro país, te hace ver que Sudamérica es grande pero se aprende a verla chica, pues las “grandes distancias” se acortan cuando con facilidad, olvidando las fronteras y lo que pasa en ellas, vas de una ciudad a otra, de un país a otro. Y te encuentras con un hermano nacido en un país que no es el tuyo pero que lo sientes como tuyo, que habla tu mismo idioma el idioma del Arte, el idioma de la sinceridad, de la tolerancia, sin discriminación, y eso es grandioso. Así, recorriendo ciudades con mis títeres, empecé a conocer mi gran casa, mi gran nación que es Latinoamérica.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario